El día de mi
nacimiento fue difícil para muchas personas ya que debido a un
problema con mi cordón umbilical, lo que debía ser un parto "fácil"
se convirtió en una pesadilla que a punto estuvo de costarnos la
vida a mi madre y a mi. Por suerte, la rápida y profesional
actuación del doctor de guardia ese día logró que terminara de la
mejor forma posible. Ese médico, que vivía en mi pueblo y solíamos
encontrárnoslo de vez en cuando, se convirtió en el héroe de la
familia y gozó de nuestro respeto y profunda admiración durante
muchos años. Hoy en día, en cambio, se ha convertido en un señor
muy mayor que se mueve en una silla de ruedas empujada por una
cuidadora y es posible que ni siquiera recuerde al verme, a ese niño
a quien salvó la vida.
Pues bien, si me
diesen a elegir entre pegarle a ese doctor o jugar una del Warhammer
Fantasía, le daría de ostias a ese viejo impedido.
Y es que el más
famoso de los juegos de estrategia es un batiburrillo de reglas
absurdas, tiradas innecesarias y movimientos imposibles que hace que
incluso algo tan soporífero e insoportable como el ajedrez, parezca
un juego de verdad. Cuando jugué al Fantasía me encontré con los
mismos problemas que en el 40K en cuanto a reglas pero añadiéndole
los terribles movimientos pivotantes, la horrorosa colocación de las
escuadras, las pesadillescas maniobras al toparse con una piedra en
el camino y tener que esquivarla... Eso por no contar con los
flanqueos, las redirecciones, los modificadores al chequear la moral,
los rebotes de las balas de cañón, las dispersiones de las
explosiones... Ese juego juntaba lo malo de los juegos de estrategia
y lo peor de los juegos de azar. Me pareció sinceramente un
despropósito y la única razón por la que podía imaginar que
hubiese triunfado en su día era precisamente la falta de
competencia... Hasta el momento.
Kings of War,
Warthrone, Hordes, Confrontation y un creciente número de juegos
similares en estética pero mucho más sencillos y económicos
asomaban tímidamente sus cabecitas y aunque ninguno llegaba a
derribar al grande, sí erosionaban lentamente el pilar en el que se
sustentaba. Y aunque yo reconozco que jugué más de una partida, que
las miniaturas eran geniales (sigo pintándolas hoy en día) y que
cualquier juego puede ser divertido si ambos jugadores se proponen
que así lo sea, sin duda no se situaba entre mis favoritos, y al
parecer yo no era el único decepcionado con él, ya que en una hábil
estrategia comercial la gente de Games Workshop anunciaron el fin de
su buque insignia con algo que llamaron "El fin de los tiempos"
y que resultaría ser un punto de inflexión hacia un nuevo juego
llamado "Age of Sigmar: Batallas en spanglish".
Una hábil
estrategia de la compañía líder en muñecotes hizo que tras
presentar un primer borrador de reglas tan simples que podrían jugar
tranquilamente una partida dos loros, la mayoría de jugadores
veteranos quemaran sus miniaturas, las vendieran a cuatro duros y en
general, renegaran de Games Workshop y el Warhammer. Tal desbandada
provocó que apareciera una segunda edición, esta vez bien hecha,
con unas reglas sencillas pero completas y multitud de opciones de
juego, de modo que podían contentar tanto a veteranos como a los
loros. Nuevas miniaturas, facciones y cajas a precios asequibles,
libros de misiones, campañas y listas de ejércitos estéticamente
preciosos. Los que habían quemado sus miniaturas corrieron a comprar
nuevas para volver a comenzar, la competencia que creían haber
derrotado al gigante del sector se volvió a meter en su cueva y los
niños y niñas del mundo volvieron a respirar aliviados. ¿Pero por
qué todo este follón? Yo os lo explico.
Efectivamente el
Warhammer Fantasía había quedado desfasado. Juegos de escaramuzas
como el Infinity iban lentamente ganando adeptos y las ventas de
Games Workshop en EUA se limitaban al W40K y dentro de éste un 50%
era para los marines espaciales. ¿Qué hacer? Lógicamente crear un
juego de escaramuzas de corte fantástico, conservar los diseños
antiguaos de miniaturas y como no, meter marines espaciales con
espadas y escudos.
Así nació
Warhammer Age of Sigmar, de las cenizas de un mundo arrasado por el
caos y la muerte en el que los dioses habían enviado a la tierra a
sus protopaladines, los Stormcast Eternals, para reequilibrar la
balanza en favor de la ley. Estos guerreros de élite, como no,
llevan hombreras chulas, armaduras desproporcionadas y tienen
cabecitas minúsculas. ¡Justo lo que todos queríamos! Y es por ello
que ahora seguimos aquí, jugando a lo mismo pero distinto y en mi
opinión, mejor.
Y hasta aquí dejo
estas bellas entregas sobre el Warhammer y yo. Habrá más en el
futuro porque actualmente estoy pintando y tratando de jugar
ocasionalmente, así que estén atentos a este blog (pero no mucho
porque últimamente estoy un poco disperso y escribo menos) y no
olvidéis jugar, a lo que sea, pero a poder ser al RuneQuest. Tercera
edición.