lunes, 17 de enero de 2022

Expediciones más allá de los cuarenta.

 

Este fin de semana me decidí, luché contra mi pereza y cogí el coche para ir a visitar las tiendas frikis de la capital, como solía hacer antaño, con la intención de llevarme a casa alguna cosilla con la que engrosar mis ya gruesas de por sí estanterías. Hace unos años esta era una expedición común que solía hacer con la mayor frecuencia posible pues debido a mi actividad en redes, lecturas de blogs, etcétera, siempre tenía alguna novedad en mente a la que quisiera echarle la zarpa. Pero desde hace un par de años y con mi actividad lúdica totalmente centrada en los juegos de miniaturas, podía subsistir tranquilamente con compras esporádicas en Wallapop.

Fui a Alicante, como decía, en busca de la mítica librería Ateneo y su vecina Comix City, ya que tenía hambre de tebeos, pero antes y por motivos familiares, tuve que pasar por el FNAC; y allí empezaron los problemas.

Por algún motivo parece ser que los señores cuarentones somos carne de cañón para un sector industrial que nos ofrece rememorar nuestros mejores años de la infancia por un módico precio, claro está, e inundan nuestros sentidos de maravillas que hace diez años eran impensables. Nada más entrar me topé con una estantería repleta de figuras de Dragonball (de las cuales tengo ya alguna), Masters del Universo (que también), Tortugas ninja y Alien. Estaba el delorean en lego, peluches con forma de caca de Arale, carteras, gorras, camisetas… Tuve la misma sensación que cuando de pequeño me llevaban a una juguetería y me decían que eligiera una sola cosa que además no podía ser muy cara. Pero yo había ido allí con un propósito y por eso me fui directo a la zona de cómics sin pararme a ver música, libros ni juegos de ningún tipo. Y allí, en tan colorida sección mi cerebro terminó de saturarse; porque aunque nunca he sido un gran lector de tebeos, la impresionante oferta que me encontré me tuvo casi una hora mirando, hojeando, sopesando y sudando a chorro sobre páginas repletas de historias fabulosas de toda índole. Y quizás precisamente por ese exceso de oferta, fui capaz de largarme de allí sin gastarme un duro.

La siguiente parada, esta vez sí, la Ateneo. Pero ya no era la Ateneo que yo recordaba; supongo que no debido a que hubiese cambiado demasiado, ya que en esencia ofrece lo mismo que siempre, sino porque al entrar yo sin un objetivo definido, todo me parecía interesante, y otra vez me vi sobrepasado.

En la sección de juegos de rol vi el nuevo RuneQuest de Edge, un libro por el que hace unos años me habría vuelto loco y que ahora me parecía excesivo en cuanto a precio y grosor; también me encontré con un juego de rol de Alien, varias ofertas parta los más peques y como no, clásicos remodelados de Dungeons&Dragons o La llamada de Chthulhu. Mucho rol, en definitiva, que ahora me parecía algo tan lejano que ni siquiera podía pensar en comprar.

Pasé como una exhalación por delante de los juegos de mesa, cuya sección engorda a un ritmo alarmante, y me paré en seco ante la cada vez más reducida vitrina de Warhammer. ¿Soy yo o es que cuando algo me gusta, languidece para los demás? Y aquí no pude resistir la tentación ya que estaba anunciado todo al 25% de descuento (lo cual es el precio normal de las figuras hace dos o tres años) y me llevé una hermosa cajita de armaduras miméticas del imperio t’au, sellando así mi primera compra del día.

Salí de la Ateneo dando volteretas laterales entre cajas del castillo Grayskull y figuras de plástico gigantes de One Piece para cruzar la calle con un salto mortal con triple tirabuzón trasero y plantarme en la puerta de la Comix City entre aplausos de todos aquellos que contemplaron mi gesta, que fueron nadie porque todo el mundo miraba a un señor disfrazado de stormtrooper. Y una vez dentro, más de lo mismo: sobredosis de tebeos ordenados por temáticas, autores en orden alfabético y tamaños de lomo. Me mareé un poco y de pronto me vi rodeado de jóvenes alegres que sí parecían saber qué buscaban; y me sentí como una vieja barca de pesca a la deriva en medio de un lago invadido por motos acuáticas y tablas de kitesurf; un abuelo que sale del cine después de ver una de Marvel y que insulta a todos los que dicen que les ha gustado porque “no tenéis ni idea de cine, en los ochenta sí se hacían buenas pelis”; un ancestro que sale de su cueva en taparrabos para descubrir que acaban de construir una autovía de circunvalación en su puerta y no tienen ni idea de como cruzarla para alcanzar las tierras de caza…

Me despierto en la trastienda ante la indiferente mirada de la dueña del negocio y su fiel ayudante. “¿Otro cuarentón que se ha mareado?” dice él “Sí. Dale lo de siempre y que se vaya”. Y así salgo de la tienda con una sonrisa en el rostro, mirando mis nuevos cómics de las Tortugas ninja y He-man, ocultándolos de los jovenzuelos que solo compran tebeos con nombres raros, de esos en blanco y negro que se leen al revés.

Y al llegar a casa encuentro mi momento de paz, leyendo páginas llenas de personajes conocidos, montando muñecos de plástico que seguro que verán mesa y esperando a que estas estanterías que me rodean, se caigan encima de mi de una vez, y me entierren bajo todo aquello que he sido.

He aquí mis adquisiciones.