jueves, 12 de junio de 2014

Lecciones de rol (Grandes Maestros pt2)



Buceando entre las primeras entradas del blog, además de salir con la sensación de que he ido a menos, me topé con una que me llamó mucho la atención, pues hablaba sobre  esos Grandes Maestros (buscad en marzo del 2010, que no tengo ganas de enlazar) que en algún momento nos dieron ideas, inspiración o simplemente ánimos renovados para mejorar, evolucionar y como no, subir de nivel en este curioso mundillo de la interpretación a pie de mesa. Y así, reflexionando sobre el asunto, recordé la historia de un viejo compañero de grupo y que tiene mucho que ver con aquello que escribí hace ya más de cuatro años.

No sé qué edades tendríamos, pero ya llevábamos una buena temporada jugando, quizás un par de años o tres, cuando nos enteramos de que en el pueblo existía otro grupo de rol; la cosa nos extrañó, pues al vivir tan aislados (un pueblo pequeño, sin internet por aquél entonces ni demasiada vida social) pensamos que aquello era toda una rareza. Y cómo son las cosas, uno de nosotros logró contactar con el master del otro grupo y le invitó a venir a jugar con nosotros. El tipo se empeñó en dirigirnos una partida del Dungeons y nosotros aceptamos, por supuesto, y esperamos con impaciencia el día de compartir mesa con él.

Y el día llegó. En nuestro semisótano se presentó el típico chaval con gafas y mochila que, después de las presentaciones, se afanó en sacar sus dados, desplegar los mapas, repartir las fichas, en fin, pero con la novedad de que colocó a su lado un papelito en el que apuntó nuestros nombres, seguidos de unas casillas. ¿Qué sería eso? Nos preguntábamos asombrados. ¿Ante qué secreto rolero nos hallábamos? Y la respuesta llegó pronto. Esa hoja servía para incentivar al buen juego, bonificando o penalizando a los jugadores para luego reflejarlo en la experiencia conseguida con los personajes. Y al principio vale. ¿Que uno tenía una buena idea? Positivo al canto. ¿Que alguien la cagaba mucho? Negativo que te ví. ¿Que otro animaba al juego con su interpretación? Positivo. ¿Que alguien sacaba un tema no relacionado con la partida de conversación? Negativo. Pero la cosa pronto comenzó a ponerse fea. El tío comenzó a ponernos negativos por cosas tan habituales para nosotros como levantarnos a mear o bostezar; los negativos volaban cada vez que a uno se le caía un dado por el borde de la mesa o no usaba la goma de borrar porque “ese tres se puede convertir en un cinco fácilmente”. Al final la partida se convertía en una aventura de protocolo más que en una distendida tarde con colegas hasta que no pude más y me rebelé.

Me levanté de la silla sin permiso y cuando el tío iba a apuntarme un negativo más, le señalé con mi dedo más musculoso y le dije (lo recuerdo perfectamente): “Como vuelvas a quitarme un puto punto de experiencia por gilipolleces, no solo no vas a venir a jugar más con nosotros, sino que te voy a sacar a la calle y te inflaré a hostias” Por supuesto lo de pegarle iba en broma, pero el chaval se acojonó, arrugó el papelito y lo tiró a la basura antes de continuar la partida.

Y tendríais que verlo ahora. Con el tiempo no solo se convirtió en un director de juego estupendo sino en todo un experto en juegos de rol, especializado en Dragones y Mazmorras y, gracias a internet y ya con el seudónimo de Riley (el mismo nombre que usaba en casi todos sus personajes), fue capaz de predicar la palabra de Gygax en webs y foros, llegando a hacer aparecer de la nada a grupos de jugadores de la más variopinta índole dispuestos a reunirse alrededor de una mesa para jugar.

Actualmente se encarga de administrar el foro de Nacionrolera y participa activamente en muchos otros, tanto online como en vivo, repartiendo sabiduría de forma generosa y gratuita. Y siempre que me lo encuentro por ahí, firmando posts y ayudando al extraviado, no puedo evitar pensar que todo eso es gracias a mi amenaza de violencia física.

miércoles, 11 de junio de 2014

Discos que me salen: Rage Against The Machine



Siempre que hablo de música saco a relucir el tema de la perspectiva que me dan los años a la hora de “aceptar” y “disfrutar” de nuevos sonidos que antes se me hacían imposibles de escuchar. Y éste es el caso de este “Rage Against The Machine”, primer álbum de la banda homónima.

Corría el año 94. Metallica todavía molaban con su disco negro y Nirvana se comía el mundo con su Nevermind cuando aparecieron estos chavales cabreados declarando a base de rap y tralla su rabia contra el sistema. En esa época “Killing in the name of…” y “Bullet in your head” sonaban en los locales más alternativos mientras yo, en el más oscuro de los rincones, menospreciaba todo lo mínimamente popular en defensa siempre del “Verdadero metal”. Pero eso fue en el 94, y ya ha llovido durante 20 años…

La semana pasada me encontré con ese CD en la estantería de ofertas de un conocido centro comercial que no voy a nombrar porque ya sabéis cómo es la gente que luego va por ahí diciendo “Oy, sabes… Capdemut compra en el Carrefúr…” e, impelido por algún impulso nostálgico me hice con él. Y lo escuché. Y lo disfruté por primera vez en mi vida.

No es que sea un discazo, pero tiene ese “algo” que lo hace especial; si uno cierra los ojos casi se puede imaginar a De la Rocha y sus colegas metidos en un garaje chillando y saltando mientras los padres de alguno de ellos les meten la bronca por armar tanto jaleo y ellos, rebotados, gritando y saltando todavía más alto.

Dicen que después la banda se echó a perder (no lo sé), que ganaron demasiada pasta (probablemente) y que perdieron esa rabia juvenil y salvaje (lógico); pero eso es otra historia que no me toca a mí contarla.