Hace un par de añitos largos ya, escribí una simplona pero polémica entrada hablando sobre la presencia femenina en los juegos de rol 15 años atrás (podéis leerla aqui) y hoy me he decidido a escribir la segunda parte que tiene como protagonista a la misma chica. ¿Volvió a por más? Os preguntaréis. Pues no, pero tuvo la mala suerte de coincidir conmigo en el tren
Volvía
de Barcelona solo, regresando al pueblo después de ver algún concierto y tenía
ante mi dos largas horas de traqueteos y paisajes que acaban mareando si miras
demasiado rato por la ventana, hasta que algo llamó mi atención. Sentadas en
los asientos justo delante de mi habían dos chicas hablando con el
característico acento de mi tierra y no tardé en reconocer la voz de L (sí, sí,
la chica del escote de la otra entrada); pero no solo era L, sino que las dos
chavalas estaban hablando de… ¡Juegos de rol!
Al
parecer, por lo que iba deduciendo, a L no le disgustó del todo la experiencia
con los juegos de rol y estaba tratando de convencer a su amiga de que jugara.
Para ello, decía, se compraría “La leyenda de los cinco anillos” e intentaría
dirigirles una partida pronto. Yo estaba dando saltos en el asiento de oír todo
aquello. Una chica dirigiendo “La leyenda…” por voluntad propia, con otras
chicas, en mi pueblo…
Debería
haberme contenido, ahora lo sé. O por lo menos haberlas abordado de otra forma.
Quizás dándoles con un dedito en el hombro y diciéndoles algo así como “Hola,
me recuerdas, si necesitas ayuda para dirigir dímelo, nuestro club tiene las
puertas abiertas para vosotras…” Yo que sé. Pero me pudo la emoción y metí la
cabeza en el hueco entre los dos
asientos y con el rostro desfigurado por la presión dije algo como “Rol… jugar…
leyenda… vosotrassss”. Decir que se asustaron sería quedarse corto. Una intentó
fingir una sonrisa aprovechando que le daba un amago de ictus y la otra
pronunció una frase aspirada que no se entendió, para acto seguido levantarse y
marcharse al vagón cafetería o a saltar en marcha, no lo sé porque ya no
volvieron.
Pero lo
malo del asunto fue que las orejas me hicieron cuña y no pude sacar la cabeza
de allí por lo que viajé las dos horas doblado hasta que el revisor trajo una palanca
para desencajarme. Sobra decir que a esas dos nunca vinieron a jugar. Ni de
coña.
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