Este
pasado fin de semana se celebró en Alicante el 5º salón del manga y cultura
japonesa y como no, este bloguero inquieto estuvo allí (hablo en tercera
persona pero me refiero a mi) para explicar sus impresiones.
Había
estado con anterioridad en algún salón del cómic; concretamente uno, en
Barcelona, hace como diez mil años; recuerdo colas interminables, mareas
humanas, empujones y codazos, señores gordos con barba y expresión seria por
todos lados… Así que pensaba que la experiencia anterior me prepararía para lo
que vi, pero no. Para nada.
Aiiins |
Lo
primero que a uno le viene a la cabeza, incluso antes de entrar en el recinto,
es que debería haber comprado acciones en tintes de pelo azul y orejas
postizas; dos cosas que parecen estar a la orden del día. Pero una vez dentro,
eso se convierte en una minucia. Gentes disfrazadas de sus personajes
prevoritos (lo que viene a llamarse cosplay), peña con cartelitos de “regalo
abrazos”, peinados imposibles (sí, azules, lo habéis adivinado) y muchas,
muchas muchísimas armas de corcho. Pero vamos a lo importante, que me pierdo
quitando el envoltorio.
El
salón del manga consiste, básicamente, en una serie de “stands” donde
diferentes tiendas exponen sus productos y que, curiosamente, apenas tienen
comics propiamente dichos. Había manga, como no, incluso algo de juegos de rol
no necesariamente relacionados con la temática (mucho vampiro, para que veáis
de que pie cojean esas gentes), videojuegos y sobretodo… Pero sobretodo,
sobretodo… Mucho merchandaising de ese. Camisetas, gorros, chapas, muñecos (qué
de muñecos, señoras y señores) y todo tipo de gadgets que uno necesita ponerse
si quiere que le señalen con el dedo por la calle y así llegar a ser alguien en
la vida. Y ahora es cuando cojo aire, cierro los ojos y reflexiono.
El
manga llegó a España a mediados de los noventa. Recuerdo perfectamente dónde
estaba yo: En casa de un primo mayor que era muy aficionado a los tebeos y al
que solía visitar en plan parásito. En esos tiempos en la vida tenías dos
opciones: O te ibas a jugar a fútbol al descampado de atrás con tus amigos o te
quedabas en casa leyendo tebeos de superhéroes. No había más. Y como yo odiaba
el fútbol (sentimiento que he amplificado hasta día de hoy) leía tebeos, aunque
realmente no me encantaban. Y mi primo, como decía, apareció un día con un fajo
de tebeos que se había pedido por correo y que iban, según él, a revolucionar
el mundo del cómic. Y vaya si lo hicieron. Recuerdo a Crying Freeman, un yakuza
que lloraba al cargarse a sus víctimas (y salían tetas!), a Mai, la chica con
poderes atormentada por ser diferente (y salían tetas!), a Kenshiro, el héroe
postapocalíptico en busca de su amada (en éste no salían), y el tema me
apasionó. No solo era un cómic diferente a todo lo existente hasta el momento,
sino que era como más de mayores.
En esos
tiempos, leer manga te volvía más serio y maduro que todos aquellos que seguían
las aventuras de héroes de moral intachable metidos en mallas de colores. El
manga era para otro tipo de personas. Personas que caminaban entre lo friki y
lo culto. Otro tipo de personas que parecen haberse extinguido para dejar paso
a la marea teñida de azul que regalan abrazos y comen esos horripilantes fideos
deshidratados solo porque lo han visto en un tebeo.
Pero
que nadie se equivoque por mi tono sarcástico y despreciativo. El salón en sí
estuvo muy bien. Había conciertos y espectáculos de artes marciales japonesas,
chuches para mi pequeña, videojuegos, puestos de comida (pasen y descubran lo
malnutridos que están los japoneses) y al final salí de allí con una
maravilloso Cthulhu de ganchillo en mis manos. Quizás no fuera el lugar ideal
para ir con tranquilidad a conocer las novedades del manga en España pero que
co**, eso es una vez en la vida (no pienso volver jamás) y merece la pena
verlo.
Ya ves si merece la pena |
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