Entro
en el cuarto donde juego a rol después de meses sin pasarme por allí. Al abrir
la puerta me recibe un olor familiar. El olor del papel, los lápices y un leve
residuo de chucherías y bollería industrial. Los vasos siguen en el fregadero,
esperando la siguiente cita para ser lavados. Había venido a por un juguete de
la niña, pero decido tomarme algo de tiempo y me siento en mi silla habitual.
Si me concentro, puedo ver las caras de mis jugadores y cerrando los ojos casi
oigo sus voces diciendo tonterías, así como el sonido de los dados rodando
sobre el mantel. El mantel…
Un mantel
vacío pero que mirándolo detenidamente revela pruebas de la última partida.
Acercándome puedo ver las virutas de la goma de borrar; pequeños restos de goma
teñidos de gris para un ojo inexperto, pero para mí tienen otro significado;
esas virutas son puntos de vida perdidos, munición utilizada y puntos de
experiencia que han modificado características y habilidades. Cuidadosamente,
las atrapo apretándolas con la yema de mi dedo y me las voy llevando a la boca;
las devoro una a una, absorbiendo la esencia de ese momento pasado con la
esperanza de sentirme todavía parte de él. Después busco en la estantería y
saco las hojas de los personajes. Las extiendo sobre la mesa y las observo como
un padre ve a sus hijos dormir. Laten, respiran, cada una con su propia
personalidad, su caligrafía única y esas pequeñas arrugas que las hacen parecer
tan vivas como aquellos que las rellenaron. Me subo a la mesa y me acuesto
sobre ellas; giro, me retuerzo y lentamente me quito la ropa para después… (párrafo
censurado por el autor) …manchadas, y volver a guardarlas en su sitio.
Al
final, ya vestido y con el juguete que había venido a buscar en la mano, noto
como alguien abre la puerta y aparece mi mujer, protestando por la tardanza.
-¿Cómo
te puede costar tanto coger un juguete?
-Es
que… Me he distraído un poco.
-¿Y a
qué huele aquí?
-Huele…
a rol.