miércoles, 14 de agosto de 2019

De wargames y pérdidas de dirección vital


Que el Warhammer es una afición cara lo sabe todo el mundo y que el que no quiera polvo no vaya a la era también, así que aquí no pasa nada y se ha acabado esta entrada. ¿No? Pues no, porque hoy quiero hablar de la KV1 Stormsurge, una  de las miniaturas (por decir algo) más gordópilas y llamativas del Imperio T'au, que son mis bichito favoritos y disertar un poco sobre su utilidad y necesidad en el campo de batalla. Pero antes, un poco de retrospección introspectiva.
Dicen que hace muuuchos años el Warhammer era un juego muy distinto al de hoy en día (como debe de ser) y se jugaba con gran cantidad de infantería y uno o dos muñecos grandes, como dragones o gigantes en el Fantasía y tanques o vehículos de transporte en el 40K. Se dice que en esos tiempos la gente llevaba sus ejércitos metidos en un único maletín y no ocupando el maletero entero de una furgoneta y que poner en mesa una miniatura de peana grande era motivo de asombro y alborozo. Pero eso cambió. Las miniaturas grandes (ogros) se fueron popularizando, los jugadores demandándolas y las buenas gentes de Games Workshop les ofrecieron lo que querían. Cada vez se veían más bicharracos y menos morralla en las mesas hasta el punto que cuando yo comencé a coleccionar mi ejército Tau, aunque lo elegí precisamente por los bellos soldaditos de infantería, la gente ya prácticamente ni los usaba; en las listas de torneo se jugaban los mínimos para ser legales (hay un mínimo para que el ejército sea jugable en torneos) y todo lo demás se rellenada con armaduras crisis, apocalipsis, y tanques. Y así el universo estuvo en equilibrio hasta que llegó ella. La preciosa XV104 Cataclismo.
La preciosa XV104 era la madre de las armaduras de combate. Con un diseño estilizado y elegante, armamento letal y complementos fashion-destructores como un escudo de energía y torretas de misiles inteligentes. Y aunque no era muy amigo de las miniaturas grandes (ya lo he dicho arriba) me gasté los casi sesenta euros que pedían por ella. Solo tocó la mesa de juego una vez, pero no me arrepiento. Disfruté como un mostali montándola, pintándola, incluso imanté las armas opcionales para poder jugar con unas u otras según el rival en mesa. Una experiencia más cercana al modelismo de toda la vida que a los wargames, pero que sin duda me valió la pena. Lo que yo no sabía era que los profesionales del warhammer, esos que siempre piden más, los que juegan para ganar y no por la diversión estaban demandando más. La Riptide se les quedaba pequeña y la llegada de la Ghostkeel en la siguiente edición no les llenó el alma, por lo que los señores de GW contraatacaron con la armadura de combate definitiva, la que dejaría a mi riptide como un juguetito inútil: La KV1 Stormsurge. Ya, ya sé que la había nombrado arriba.
La Stormsurge es algo parecido a una armadura de combate, pero no. Es más bien una torre de armamento con patas que dispara a todas las distancias en todas las cadencias y con potencia de fuego a elegir. No tiene brazos porque no los necesita y la cabeza es tan pequeña que casi arece un adorno. En su conjunto me recuerda a Petra, la amiga de Cobi (joder, la mascota de los juegos olímpicos de Barcelona 92, que todo hay que explicárselo a los jóvenes) que era a su vez mascota de los paralímpicos. La Stormsurge no necesita elegancia ni diseño pues en la guerra no hay necesidad más que de causar muerte y destrucción por lo que donde se pongan dos buenos lanzamisiles que se quite todo lo demás. La Stormsurge es, a día de hoy, el feo martillo justiciero de las mesas de juego. Pero ahora yo me pregunto… ¿Es que ya no quedan románticos en el warhammer? ¿De verdad a la gente le da igual poner en mesa a semejante mamotreto con tal de llevarse la victoria? ¿Estamos perdiendo el norte y vendiéndonos al mejor postor con tal de ganar? Porque la Stormsurge vale algo más de cien euros, cantidad con la que prácticamente podemos empezar otro ejército con un starter de los gordos. ¿De verdad compensa, warhammeros? Miraos al espejo y decidme lo que veis. ¿Es ese señor gordo en lo que soñabais convertiros cuando erais niños?
Y ahora cogeos de las manos (de las propias porque supongo que estáis solos en la vida) y decid en voz alta “Lo importante es la diversión. Las risas son mejores que los puntos de victoria. Me compré la Stormsurge porque estoy alienado. Necesito hacer más ejercicio y ver menos porno. Nadie me quiere no por gordo si no por pedante”. Y ahora coged todas vuestras miniaturas grandes y feas, metedlas en un barquito y lanzadas al mar envueltas en llamas. Redimíos. Volved a la vieja senda del warhammer guay. Sed felices el tiempo que os queda en este mundo, porque somos efímeros pero nuestro recuerdo puede ser persistente si nos lo proponemos.

viernes, 2 de agosto de 2019

Personajes mediocres: Gilby Clarke


Gilby Clarke creció siendo un chaval aficionado a la guitarra que un buen día, sin comerlo ni beberlo debido a que hasta el momento sólo había participado en proyectos menores, se vio metido en una d e las bandas más grandes de la década de los noventa: Guns N’ Roses.
Por aquél entonces los Guns se vieron sumidos en la compleja grabación de su doble álbum “Use your illusion” y a las puertas de una mastodóntica gira con varios problemas en el seno del grupo, el bueno de Izzy Stradlin, guitarrista rítmico de la banda, decidió largarse sin decir ni adiós. Como solución in extremis contrataron a Clarke para sustituirle y allí estaba él, aprendiéndose el repertorio para encarar la gira.
Por lo visto aquello fue una locura de drogas, sexo y desmadre a la que Gilby se sumió como uno más de la banda, aunque no todo el mundo lo vio así. El guitarrista tuvo que afirmar en una entrevista que le tocaba los wyverns cada vez que un fan se dirigía a él como “Izzy” y que a la hora de firmar autógrafos era el último, al igual que pasaba con las chicas que metían en los camerinos. Pero a pesar de vivir a la sombra del anterior guitarrista, Gilby estaba contento pues tenía un contrato que le convertiría en el guitarra de los Guns N’ Roses para el siguiente disco, donde podría componer algún tema y afianzar así su posición en la banda. Pero eso nunca pasó.
Después de la extensa gira, la banda se tomó un descanso que algunos de sus miembros aprovecharía para grabar discos en solitario. Duff sacó el personal “Believe in Me” y Slash el bluesero “It’s five o’clock somewhere”, contando ambos con la colaboración de Gilby en las guitarras. Después llegó el turno a la banda madre que decidió, en lugar de sacar un disco con temas propios, hacer un disco de versiones. Parecía que la huella de Gilby en la banda debería esperar un poco más… Hasta que al año siguiente debutó en solitario.
“Pawnshop guitars” se llamaba el disco que Gilby sacó en 1994 y que contaba, además de con un puñado de buenos temas de rock ligero, con la colaboración de Axl Rose (vocalista y líder de los Guns N’Roses) que hasta el momento se había negado a colaborar con ninguno de sus compañeros e incluso había rechazado solicitudes de colaboración con grandes del mundillo como Alice Cooper. Tanto la prensa especializada como los seguidores de la banda interpretaron ese acto como un lazo estrecho entre ambos y vaticinaron un futuro prometedor para Gilby como miembro de Guns N’Roses. Nada más lejos de la realidad. Ese mismo año Axl Rose lo expulsó de la banda sin una explicación aparente.
El pobre Gilby Clarke se vio de pronto en la calle, con una carrera en solitario que no acababa de funcionar y con una fama que se desintegraba a cada día que pasaba como espuma bajo el sol. Pero como buen músico siguió trabajando. Sacó varios discos en solitario, colaboró con algunas bandas en incluso estuvo metido en el proyecto de supergrupo “Rock star supernova” pero ni con esas. Al final Gilby Clarke ha quedado para la historia como un músico secundario a pesar de su talento, como el eterno sustituto, el que tuvo un golpe de suerte y ganó más dinero que cualquier músico de estudio pero al final nada, todo igual que siempre. Es por eso que lo meto en el saco de personajes mediocres. Larga vida a Gilby Clarke.