Este fin de semana me decidí, luché contra mi pereza y cogí el
coche para ir a visitar las tiendas frikis de la capital, como solía
hacer antaño, con la intención de llevarme a casa alguna cosilla
con la que engrosar mis ya gruesas de por sí estanterías. Hace unos
años esta era una expedición común que solía hacer con la mayor
frecuencia posible pues debido a mi actividad en redes, lecturas de
blogs, etcétera, siempre tenía alguna novedad en mente a la que
quisiera echarle la zarpa. Pero desde hace un par de años y con mi
actividad lúdica totalmente centrada en los juegos de miniaturas,
podía subsistir tranquilamente con compras esporádicas en Wallapop.
Fui a Alicante, como
decía, en busca de la mítica librería Ateneo y su vecina Comix
City, ya que tenía hambre de tebeos, pero antes y por motivos
familiares, tuve que pasar por el FNAC; y allí empezaron los
problemas.
Por algún motivo
parece ser que los señores cuarentones somos carne de cañón para
un sector industrial que nos ofrece rememorar nuestros mejores años
de la infancia por un módico precio, claro está, e inundan nuestros
sentidos de maravillas que hace diez años eran impensables. Nada más
entrar me topé con una estantería repleta de figuras de Dragonball
(de las cuales tengo ya alguna), Masters del Universo (que también),
Tortugas ninja y Alien. Estaba el delorean en lego, peluches con
forma de caca de Arale, carteras, gorras, camisetas… Tuve la misma
sensación que cuando de pequeño me llevaban a una juguetería y me
decían que eligiera una sola cosa que además no podía ser muy
cara. Pero yo había ido allí con un propósito y por eso me fui
directo a la zona de cómics sin pararme a ver música, libros ni
juegos de ningún tipo. Y allí, en tan colorida sección mi cerebro
terminó de saturarse; porque aunque nunca he sido un gran lector de
tebeos, la impresionante oferta que me encontré me tuvo casi una
hora mirando, hojeando, sopesando y sudando a chorro sobre páginas
repletas de historias fabulosas de toda índole. Y quizás
precisamente por ese exceso de oferta, fui capaz de largarme de allí
sin gastarme un duro.
La siguiente parada,
esta vez sí, la Ateneo. Pero ya no era la Ateneo que yo recordaba;
supongo que no debido a que hubiese cambiado demasiado, ya que en
esencia ofrece lo mismo que siempre, sino porque al entrar yo sin un
objetivo definido, todo me parecía interesante, y otra vez me vi
sobrepasado.
En la sección de
juegos de rol vi el nuevo RuneQuest de Edge, un libro por el que hace
unos años me habría vuelto loco y que ahora me parecía excesivo en
cuanto a precio y grosor; también me encontré con un juego de rol
de Alien, varias ofertas parta los más peques y como no, clásicos
remodelados de Dungeons&Dragons o La llamada de Chthulhu. Mucho
rol, en definitiva, que ahora me parecía algo tan lejano que ni
siquiera podía pensar en comprar.
Pasé como una
exhalación por delante de los juegos de mesa, cuya sección engorda
a un ritmo alarmante, y me paré en seco ante la cada vez más
reducida vitrina de Warhammer. ¿Soy yo o es que cuando algo me
gusta, languidece para los demás? Y aquí no pude resistir la
tentación ya que estaba anunciado todo al 25% de descuento (lo cual
es el precio normal de las figuras hace dos o tres años) y me llevé
una hermosa cajita de armaduras miméticas del imperio t’au,
sellando así mi primera compra del día.
Salí
de la Ateneo dando volteretas laterales entre cajas del castillo
Grayskull y figuras de plástico gigantes de One Piece para cruzar la
calle con un salto mortal con triple tirabuzón trasero y plantarme
en la puerta de la Comix City entre aplausos de todos aquellos que
contemplaron mi gesta, que fueron nadie porque todo el mundo miraba a
un señor disfrazado de stormtrooper. Y una vez dentro, más de lo
mismo: sobredosis de tebeos ordenados por temáticas, autores en
orden alfabético y tamaños de lomo. Me mareé un poco y de pronto
me vi rodeado de jóvenes alegres que sí parecían saber qué
buscaban; y me sentí como una vieja barca de pesca a la deriva en
medio de un lago invadido por motos acuáticas y tablas de kitesurf;
un abuelo que sale del cine después de ver una de Marvel y que
insulta a todos los que dicen que les ha gustado porque “no tenéis
ni idea de cine, en los ochenta sí se hacían buenas pelis”; un
ancestro que sale de su cueva en taparrabos para descubrir que acaban
de construir una autovía de circunvalación en su puerta y no tienen
ni idea de como cruzarla para alcanzar las tierras de caza…
Me
despierto en la trastienda ante la indiferente mirada de la dueña
del negocio y su
fiel ayudante. “¿Otro cuarentón que se ha mareado?” dice él
“Sí. Dale lo de siempre y que se vaya”. Y así salgo de la
tienda con una sonrisa en el rostro, mirando mis nuevos cómics
de las Tortugas ninja y He-man, ocultándolos de los jovenzuelos que
solo compran tebeos con nombres raros, de esos en blanco y negro que
se leen al revés.
Y al llegar a casa
encuentro mi momento de paz, leyendo páginas llenas de personajes
conocidos, montando muñecos de plástico que seguro que verán mesa
y esperando a que estas estanterías que me rodean, se caigan encima
de mi de una vez, y me entierren bajo todo aquello que he sido.
 |
He aquí mis adquisiciones.
|