lunes, 24 de febrero de 2020

Ya no me gusta el rol


No os creáis. Llevo casi un mes intentando escribir esta entrada y ponerle título me ha dolido más a mi que a vosotros, os lo aseguro, pero tenía que decirlo de una manera u otra y creo que ésta ha sido la mejor. El rol ya no me gusta. No digo que me guste menos que en épocas anteriores, que eso siempre viene y va, es que ya no me gusta, no quiero jugar más, no fantaseo con dirigir campañas a grupos estables de jugadores entregados y no siento ni una pizca de envidia cuando otros comentan sus partidas, asisten a jornadas o simplemente miran esperanzados hacia un posible futuro rolero. ¿Y por qué me ha pasado eso os estaréis preguntando? ¿Podría pasarme a mi, pensaréis? Pues yo os lo cuento en un momento y tan amigos.

Comencé con el rol hace mucho tiempo. Demasiado. Creo que veinticinco años, cuando tenía más o menos quince junto a los amigos marginados del cole. No voy a caer en ese tópico de “el rol me salvó la vida” pero sin duda me cambió, me ayudó a convertirme en quien soy ahora y me abrió las puertas a nuevas amistades, aficiones y en definitiva a una vida de la que no reniego. Los juegos de rol han sido una de las cosas más importantes que han pasado por mi vida y eso es algo que no puedo (ni quiero) negar.

Pero las cosas cambiaron cuando me mudé. En mi nuevo pueblo encontré otro grupo de rol, buena gente, amigos que todavía conservo, pero que a nivel de juego no era lo mismo. Jugaba con miedo a hacerlo mal, faltaba esa confianza ciega que tenía con mi viejo grupo. La afición seguía ahí, con las mismas ganas, con mayores posibilidades quizás, pero con otro sabor.

Hace diez años decidí abandonar. Nació mi hija, comencé con un trabajo que me mantenía ocupado durante una cantidad indecente de horas a la semana y supe que no podría seguir dedicando tiempo a mi hasta ese momento única afición. Guardé los libros, los dados y los lápices y debo reconocer que obtuve cierta paz.

Pero la cabra siempre tira al monte y el rolero a la ficha de personaje por lo que me dejé engatusar por las gentes de Glorantha Hispana (no era miembro pero me invitaron a través de este blog a una de sus quedadas) y jugamos una partida que me pareció memorable. De pronto recuperé mi viejo espíritu y decidí que eso no podía seguir ignorado, por lo que reuní a un grupo de amigos, organicé una campaña y empezamos a quedar. Fueron buenos tiempos he de reconocer. Me sentí rejuvenecer, recuperé la ilusión y me divertí como no hacía desde muchos años atrás. Pero todo termina al final y ese grupo acabó disolviéndose por motivos varios que no vienen al caso ahora mismo.

A partir de ese momento me convertí en un mercenario. Dirigía partidas sueltas en jornadas, trataba de jugar campañas en la asociación a la que me apunté, busqué mil formas de enganchar a unos jugadores que no parecían del todo motivados y me pregunté muchas veces si la culpa sería de la diferencia de edad, de que me había convertido en un director de juego retrógrado o que simplemente la gente no vivía esto como yo.

El último intento salió casi bien. Conseguí meterme en un grupo pequeño pero motivado y jugamos cuatro o cinco partidas hasta que todo se fue a la mierda otra vez. Y entonces lo comprendí.

Comprendí que el rol era solo una excusa para estar con mis amigos, esos marginados del cole con los que nadie más quería relacionarse. Era una forma de cohesionarnos, de hacernos fuertes apoyándonos unos en los otros y crecer juntos. Y por eso cuando esa etapa pasó, ya jamás podría volver a repetirse.
Digo que ya no me gusta el rol pero quizás no me haya gustado nunca, al menos no más de lo que le gusta el deporte a un deportista o la montaña a un senderista. El rol no nos hace especiales si no que somos nosotros los que lo hacemos especial y a mi ya se me ha pasado ese momento.
Os deseo a todos mucha suerte en vuestras partidas, que lo disfrutéis mucho y seáis capaces de trasmitir vuestra pasión a futuras generaciones pero yo lo dejo aquí. Demasiados plantones van ya, demasiados disgustos y frustraciones acumuladas como pasa seguir peleando por algo de lo que cada vez soy más ajeno.

Y que conste que no lo digo en tono de pena. Estoy más tranquilo que nunca. Seguiré pintando miniaturas, escribiendo reseñas y echando partidas con mis peques los días de lluvia o compartiendo mesa con quien quiera tenerme en ella, pero se terminaron las lecturas de libros que no jugaré, hacerles ojitos a las novedades editoriales o crowdfundings y predicar en el desierto eso de que el advanced es lo mejor y que los que juegan a Vampiro no tienen ni idea.
Esta ya no es mi batalla.
Aquí os quedáis.