No os creáis. Llevo casi un mes intentando escribir esta entrada y
ponerle título me ha dolido más a mi que a vosotros, os lo aseguro,
pero tenía que decirlo de una manera u otra y creo que ésta ha sido
la mejor. El rol ya no me gusta. No digo que me guste menos que en
épocas anteriores, que eso siempre viene y va, es que ya no me
gusta, no quiero jugar más, no fantaseo con dirigir campañas a
grupos estables de jugadores entregados y no siento ni una pizca de
envidia cuando otros comentan sus partidas, asisten a jornadas o
simplemente miran esperanzados hacia un posible futuro rolero. ¿Y
por qué me ha pasado eso os estaréis preguntando? ¿Podría pasarme
a mi, pensaréis? Pues yo os lo cuento en un momento y tan amigos.
Comencé con el rol
hace mucho tiempo. Demasiado. Creo que veinticinco años, cuando
tenía más o menos quince junto a los amigos marginados del cole. No
voy a caer en ese tópico de “el rol me salvó la vida” pero sin
duda me cambió, me ayudó a convertirme en quien soy ahora y me
abrió las puertas a nuevas amistades, aficiones y en definitiva a
una vida de la que no reniego. Los juegos de rol han sido una de las
cosas más importantes que han pasado por mi vida y eso es algo que
no puedo (ni quiero) negar.
Pero las cosas
cambiaron cuando me mudé. En mi nuevo pueblo encontré otro grupo de
rol, buena gente, amigos que todavía conservo, pero que a nivel de
juego no era lo mismo. Jugaba con miedo a hacerlo mal, faltaba esa
confianza ciega que tenía con mi viejo grupo. La afición seguía
ahí, con las mismas ganas, con mayores posibilidades quizás, pero
con otro sabor.
Hace diez años
decidí abandonar. Nació mi hija, comencé con un trabajo que me
mantenía ocupado durante una cantidad indecente de horas a la semana
y supe que no podría seguir dedicando tiempo a mi hasta ese momento
única afición. Guardé los libros, los dados y los lápices y debo
reconocer que obtuve cierta paz.
Pero la cabra
siempre tira al monte y el rolero a la ficha de personaje por lo que
me dejé engatusar por las gentes de Glorantha Hispana (no era
miembro pero me invitaron a través de este blog a una de sus
quedadas) y jugamos una partida que me pareció memorable. De pronto
recuperé mi viejo espíritu y decidí que eso no podía seguir
ignorado, por lo que reuní a un grupo de amigos, organicé una
campaña y empezamos a quedar. Fueron buenos tiempos he de reconocer.
Me sentí rejuvenecer, recuperé la ilusión y me divertí como no
hacía desde muchos años atrás. Pero todo termina al final y ese
grupo acabó disolviéndose por motivos varios que no vienen al caso
ahora mismo.
A partir de ese
momento me convertí en un mercenario. Dirigía partidas sueltas en
jornadas, trataba de jugar campañas en la asociación a la que me
apunté, busqué mil formas de enganchar a unos jugadores que no
parecían del todo motivados y me pregunté muchas veces si la culpa
sería de la diferencia de edad, de que me había convertido en un
director de juego retrógrado o que simplemente la gente no vivía
esto como yo.
El último intento
salió casi bien. Conseguí meterme en un grupo pequeño pero
motivado y jugamos cuatro o cinco partidas hasta que todo se fue a la
mierda otra vez. Y entonces lo comprendí.
Comprendí que el
rol era solo una excusa para estar con mis amigos, esos marginados
del cole con los que nadie más quería relacionarse. Era una forma
de cohesionarnos, de hacernos fuertes apoyándonos unos en los otros
y crecer juntos. Y por eso cuando esa etapa pasó, ya jamás podría
volver a repetirse.
Digo
que ya no me gusta el rol pero quizás no me haya gustado nunca, al
menos no más de lo que le gusta el deporte a un deportista o la
montaña a un senderista. El rol no nos hace especiales si no que
somos nosotros los que lo hacemos especial y a mi ya se me ha pasado
ese momento.
Os
deseo a todos mucha suerte en vuestras partidas, que lo disfrutéis
mucho y seáis capaces de trasmitir vuestra pasión a futuras
generaciones pero yo lo dejo aquí. Demasiados plantones van ya,
demasiados disgustos y frustraciones acumuladas como pasa seguir
peleando por algo de lo que cada vez soy más ajeno.
Y
que conste que no lo digo en tono de pena. Estoy más tranquilo que
nunca. Seguiré pintando miniaturas, escribiendo reseñas y echando
partidas con mis peques los días de lluvia o compartiendo mesa con
quien quiera tenerme en ella, pero se terminaron las lecturas de
libros que no jugaré, hacerles ojitos a las novedades editoriales o
crowdfundings y predicar en el desierto eso de que el advanced es lo
mejor y que los que juegan a Vampiro no tienen ni idea.
Esta
ya no es mi batalla.
Aquí
os quedáis.