domingo, 3 de diciembre de 2017

De campañas y radicales libres




El otro día salí de casa con un poco de prisa, porque hoy en día si no llevas prisa es que no estás en la onda de esta sociedad, y vislumbré justo en medio del que debía ser mi recorrido a dos jóvenes charlando en la acera. Uno de ellos era normal, pero el otro era uno de esos barbudos con coleta que tan de moda están hoy en día y no sé por qué, quizás por mi edad avanzada o mi desconfianza nata, me dieron mala espina. “Seguro que están hablando de cosas de jóvenes” pensé y al instante sentí la necesidad de evitarles. Pero como la parte racional de mi cerebro todavía sigue teniendo algo de autoridad sobre la parte no euclideana del mismo, decidí no alterar mi ruta y pasar junto a los dos jóvenes, eso si, con la cabeza gacha y un paso acelerado. Cual fue mi sorpresa cuando uno de ellos, el de la barba para más inri, se fijó en mi y me llamó. No me llamó por mi nombre o me dijo un suave “perdone señor” no… Me soltó un chillido como si nos conociéramos de toda la vida y ello me ofendió un poco, por lo que fingí no haberlo oído (por sordera profunda, por ejemplo) y seguí caminando. Pero él insistió. Y no pude más. Me giré y le miré, él me miró, yo le seguí mirando y el duelo de miradas se habría prolongado hasta la muerte por extenuación de uno de los dos, probablemente yo, de no ser por que el barbudo me dijo “Oye tu eres el de Ravenloft, no?”. Decir que me sorprendió sería poco, así que diré que me supersorprendió, incluso subiría a que me ultrasorprendió. Le respondí que si, que yo era “el de Ravenloft” sin saber muy bien qué pasaría ni de donde venía ese adjetivo que al fin y al cabo me identifica dentro de algunos sectores muy concretos, y me dijo muy contento que él había jugado conmigo la campaña de “Expedición al castillo Ravenloft” y que la recordaba con mucha alegría.

Y yo, que aunque soy una persona despistada y olvidadiza hasta límites nocivos para la salud, jamás olvido la cara de un jugador, le respondí que no le recordaba a lo que él me respondió que cuando la jugamos tenía catorce años y que por eso ahora me estaría despistando la barba y la altura. Entonces caí en la cuenta y nos saludamos formalmente, hablamos de rol y de la vida y nos despedimos en seguida porque como he dicho al principio, llevaba algo de prisa.

Pero cuando ya me alejaba me giré un instante a observar a ese tipo barbudo que había sido un niño cuando yo ya era adulto pero no tanto como ahora. Y pensé que cuando nos volviésemos a ver, dentro de diez años mas, quizás sería él quien no reconociera a ese señor mayor, panzudo y calvo que veinte años atrás era un apuesto joven que lanzaba dados con estilo mientras imitaba la voz del Conde Strahd Von Zarovich. Y me sentí mal. Me sentí como una rareza, una vieja gloria, un fósil, un recuerdo de algo perdido sin color ni forma definida…

Y como ya tengo como hábito, maldije el paso de los años, maldije a los radicales libres, a las moléculas cojas y en definitiva, a todo aquello que se rige por las férreas leyes de la física y por lo tanto, de la lógica. Y llegué tarde a mi cita, por supuesto.

Quien recuerde esto, sabrá como me siento.

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3 comentarios:

  1. Pues no solo recuerdo esa imagen del Strahd Possession si no que me acuerdo del OTRO videojuego de Ravenloft The Stone Prophet. El primero lo acabé, el segundo no.

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    1. Nunca llegué a jugar al Stone Prophet, que era en el desierto de Har Akir... Quizás algún día busque ambos y los pruebe.

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