El otro
día salí de casa con un poco de prisa, porque hoy en día si no llevas prisa es
que no estás en la onda de esta sociedad, y vislumbré justo en medio del que
debía ser mi recorrido a dos jóvenes charlando en la acera. Uno de ellos era
normal, pero el otro era uno de esos barbudos con coleta que tan de moda están
hoy en día y no sé por qué, quizás por mi edad avanzada o mi desconfianza nata,
me dieron mala espina. “Seguro que están hablando de cosas de jóvenes” pensé y
al instante sentí la necesidad de evitarles. Pero como la parte racional de mi
cerebro todavía sigue teniendo algo de autoridad sobre la parte no euclideana
del mismo, decidí no alterar mi ruta y pasar junto a los dos jóvenes, eso si,
con la cabeza gacha y un paso acelerado. Cual fue mi sorpresa cuando uno de
ellos, el de la barba para más inri, se fijó en mi y me llamó. No me llamó por
mi nombre o me dijo un suave “perdone señor” no… Me soltó un chillido como si
nos conociéramos de toda la vida y ello me ofendió un poco, por lo que fingí no
haberlo oído (por sordera profunda, por ejemplo) y seguí caminando. Pero él
insistió. Y no pude más. Me giré y le miré, él me miró, yo le seguí mirando y
el duelo de miradas se habría prolongado hasta la muerte por extenuación de uno
de los dos, probablemente yo, de no ser por que el barbudo me dijo “Oye tu eres
el de Ravenloft, no?”. Decir que me sorprendió sería poco, así que diré que me
supersorprendió, incluso subiría a que me ultrasorprendió. Le respondí que si,
que yo era “el de Ravenloft” sin saber muy bien qué pasaría ni de donde venía
ese adjetivo que al fin y al cabo me identifica dentro de algunos sectores muy
concretos, y me dijo muy contento que él había jugado conmigo la campaña de
“Expedición al castillo Ravenloft” y que la recordaba con mucha alegría.
Y yo,
que aunque soy una persona despistada y olvidadiza hasta límites nocivos para
la salud, jamás olvido la cara de un jugador, le respondí que no le recordaba a
lo que él me respondió que cuando la jugamos tenía catorce años y que por eso ahora
me estaría despistando la barba y la altura. Entonces caí en la cuenta y nos
saludamos formalmente, hablamos de rol y de la vida y nos despedimos en seguida
porque como he dicho al principio, llevaba algo de prisa.
Pero
cuando ya me alejaba me giré un instante a observar a ese tipo barbudo que
había sido un niño cuando yo ya era adulto pero no tanto como ahora. Y pensé
que cuando nos volviésemos a ver, dentro de diez años mas, quizás sería él
quien no reconociera a ese señor mayor, panzudo y calvo que veinte años atrás
era un apuesto joven que lanzaba dados con estilo mientras imitaba la voz del
Conde Strahd Von Zarovich. Y me sentí mal. Me sentí como una rareza, una vieja
gloria, un fósil, un recuerdo de algo perdido sin color ni forma definida…
Y como
ya tengo como hábito, maldije el paso de los años, maldije a los radicales
libres, a las moléculas cojas y en definitiva, a todo aquello que se rige por
las férreas leyes de la física y por lo tanto, de la lógica. Y llegué tarde a
mi cita, por supuesto.
Quien recuerde esto, sabrá como me siento. |
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Pues no solo recuerdo esa imagen del Strahd Possession si no que me acuerdo del OTRO videojuego de Ravenloft The Stone Prophet. El primero lo acabé, el segundo no.
ResponderEliminarNunca llegué a jugar al Stone Prophet, que era en el desierto de Har Akir... Quizás algún día busque ambos y los pruebe.
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