Debo reconocer que me ha resultado mucho más complicado volver que marcharme.
Anuncié el cierre, o mejor dicho la pausa indefinida de este blog con cierto alivio, supongo que debido al hastío que llevaba arrastrando desde hacía ya demasiado tiempo con mis fútiles intentos de mantener viva mi vida lúdica, especialmente en lo referente a juegos de rol. Es por ello que cuando pensé en seguir escribiendo aquí, algo en mi interior, esa vocecita cabrona que todos tenemos, me susurraba al oído eso de “callate, estate quieto que la vas a cagar”, pero tras mucho meditarlo, aquí estoy otra vez. Y por si queda alguien dispuesto a seguir leyéndome, voy a explicar el porqué.
Di el portazo, es cierto. Cansado de pelear por reunir a cuatro personas en la mesa, frustrarme en jornadas roleras y hartarme de sobornar a amigos con promesas de panchitos y fantas de naranjas, decidí alejarme de este mundillo, relegarlo a un cajón y centrarme en otras cosas. Fueron días de cambios al margen de todo esto. Vino el virus, cambié de trabajo, confinamientos, búsquedas de uno mismo en el oscuro y maloliente interior del alma y en medio de todo eso comencé a colaborar en un programa de televisión local hablando de literatura, escribiendo en mi tiempo libre y disfrutando de ese regalo de los dioses que son mis hijas cuando se portan bien, porque cuando no, me subiría a un avión y me estrellaría en los andes para comerme a mis compañeros de vuelo. Pero a lo que iba, que me despisto.
Di el portazo al blog y entre otras cosas me puse a vender algunos excedentes frikis de mi estantería tales como juegos de rol, de mesa y miniaturas del warhammer y fue entonces, estando sentado tranquilamente en el váter mirando el wallapop cuando sucedió el milagro. El vecino de atrás me habló. De pronto apareció un mensaje bajo el anuncio que había puesto para vender unos marines espaciales del conquest diciéndome “Hola, soy tu vecino de atrás. ¿Juegas a Warhammer?” Y así era. Ese tipo al que saludaba con un leve movimiento de cabeza por el simple hecho de vivir a escasos metros el uno del otro de pronto resultaba ser un aficionado a ese bello juego de miniaturas que tantas horas de juego me había dado en el pasado. ¿Y como podía ser que después de quince años de convivencia casi puerta con puerta no supiéramos nada el uno del otro? Pues supongo que por no exteriorizar nuestras aficiones. Igual si yo hubiese tenido un felpudo en mi puerta con el mensaje “Bienvenido aquél que siga al bien supremo” o él una bandera con el águila bicéfala del imperio en su tejado, todo habría sido más sencillo, pero no.
Como no, quedamos, hablamos y descubrimos que teníamos una visión del juego bastante similar, alejada de los sectores puramente competitivos y así llegamos a un acuerdo y comenzamos una campaña narrativa que lleva ya unos meses en marcha y pinta mejor a cada partida jugada. Como no, he vuelto a pintar, a comprar miniaturas y a reorganizar mi ejército que me está gustando más que nunca. Y es por ello que he decidido dejar constancia de todo esto en una serie de entradas que os podrán interesar o no, pero que me apetece escribirlas para empezar el año con algo más que buenos deseos y falsas esperanzas.
Saludos a todos y nos vamos leyendo.