Surgido
del éxito de las luchas callejeras del Double Dragon, pero con una calidad
superior en cuanto a gráficos y movimientos, apareció a principios de los 90 el
fascinante videojuego de “Vendetta”. En él podíamos encarnar hasta a cuatro
miembros de una dispar banda (un boxeador, un militar, un “wrestler” y uno de
artes marciales), que debían enfrentarse a una numerosísima banda rival que
había secuestrado a una chica. Realmente, no sé por qué se llamaría “Vendetta”
si la chica no había muerto; debería ser “The Rescue” o algo así, pero tampoco
quiero ponerme serio con este asunto. Y es que lo realmente fascinante (como ya
he dicho arriba) del juego, era la libertad para repartir leches que ofrecía.
Nada de puñetazo-agarrón-patada voladora-bate de béisbol, no; en el Vendetta
todo valía, desde las hostias de toda la vida a pisotear a los enemigos en el
suelo, arrojarles todo lo que encontrábamos en el suelo, que no era poco (desde
ladrillos a sacos de harina), golpearles desde el suelo, lanzarles al vacío y utilizar cualquier cosa como arma. Todos esos padres
modernos que dicen que los GTA van a crear una generación de adultos violentos
deberían habernos visto disfrutando del placer absoluto de darle un rodillazo
en los huevos a un matón para acto seguido sacudirle en el suelo con una cadena
mientras vomitaba.
Pero a pesar
de lo mucho que molaba, este juego no llegó nunca a ser el favorito de los
salones de recreativos, o al menos de los que nosotros frecuentábamos, a
excepción de un glorioso día que paso a relatar ahora mismo.
Los cuatro "héroes" preparados para dar (y recibir) tortas |
Tendríamos
alrededor de trece años cuando mi amigo Rabbit y yo caminábamos a paso ligero
hacia la sala de recreativos “Electrònics”; en esos tiempos había poco que
hacer (internet no existía, no conocíamos los juegos de rol y aún nos faltaban
un par de años para que el tipo del videoclub nos dejara alquilar pelis porno),
así que la paga semanal iba destinada íntegramente a los videojuegos. Yo
caminaba acompañado por el tintineo de las monedas en mi bolsillo pero Rabbit
avanzaba sin un ruido y con una sonrisa confiada en su rostro; cuando le pregunté,
me enseñó orgulloso una moneda de 500 pelas que brilló con la intensidad de
diez mil soles cuando la sacó de su bolsillo. Y es que lo normal era llevar
cien o doscientas pelas para pasar la tarde entretenido, pero disponer de una
de las grandes se traducía en una tarde larga, probando juegos nuevos y
comiendo chucherías sin parar. Rabbit se sentía un hombre afortunado. Y lo era.
Hasta que ESO sucedió.
Aquí vemos a la susodicha |
Llegamos
a los recreativos y tras un rápido vistazo a la fauna del lugar, vimos que la
máquina del Vendetta estaba libre. Era una de esas con cuatro mandos que
permiten partidas realmente espectaculares, pero nosotros no necesitábamos
tanto, al menos para empezar, y pusimos cinco duros cada uno. La partida se
desarrollaba de modo normal hasta que el cabrón de Buzzaw Bravado me mató con
su disco de corte, y entonces descubrí que seguíamos teniendo créditos, pero no
uno ni dos, sino diez. Le di a continue y descubrimos que seguían habiendo diez
créditos, lo que disparó una de nuestras más lujuriosas fantasías: Que un error
informático había estropeado el juego de tal forma que no hacía falta echar
dinero para jugar. ¿Improbable? Casi tanto como que algún día conoceríamos allí
mismo a dos chicas que se dejarían manosear, pero como de ilusión también se vive,
nos emocionamos en exceso.
Lo tienes mal, chaval. |
Seguimos
jugando al juego que nunca terminaba y en medio de la exaltación, invitamos a
cuantos desconocidos se acercaban por allí a unirse a la partida. Por unos minutos
fuimos los reyes de los recreativos; los descubridores de una máquina de
ensueño que permite jugar hasta a los más desfavorecidos económicamente… hasta
que los créditos comenzaron a descender. 9, 8, 7… Sacamos cálculos y
comprobamos que habríamos empezado a jugar con 21, solo que el marcador solo
llegaría a 10, lo que a su vez llevó a Rabbit a una terrible conclusión: 21
créditos son equivalentes a 525 pesetas, lo cual significaba que si yo había
puesto 25, él…
Uy. Eso duele, rabbit |
Rabbit
palideció al pensar en lo que había pasado; metió una mano en el bolsillo y
descubrió que la moneda de 500 no estaba allí, solo la calderilla suelta.
Comenzó a sudar. Con la emoción del momento había confundido la de 500 con una
de 25 (recordemos que antes, muy antes, las de 25 eran grandes, sin agujerito)
y que ahora todo el mundo estaba jugando con su dinero. Y como suele pasar ante
situaciones así, el bueno de Rabbit decidió actuar de la forma más caballerosa
posible.
Así se sintió él |
Hace como 15 años que no le veo, pero dicen que todavía no lo ha superado y que algunas veces llora por las noches pensando en el día en el que la vida le golpeó tan duramente.