lunes, 25 de septiembre de 2017

De cómo perdí mi primer set de dados y acerca de los hechos terribles que a partir de ese momento se sucedieron, uno tras otro, pero explicado así en global.


Por todos es sabido que los dados son un elemento esencial para los juegos de rol (los juegos en general, pero más en el rol) y pueden llegar a convertirse en verdaderos fetiches, así como fuentes de supercherias y otras tonterías para sus jugadores. "Éste no que solo salen unos", "los dados amarillos son gafes" o "los dejo con el número que quiero que salga para arriba para que así, al aposentarse las moléculas en el fondo, aumenta en un 0,08% la posibilidad de que salga" (este último es totalmente cierto) son algunas de las frases que se oyen habitualmente en mesas de juego y foros lúdicos. ¿Pero a dónde quiero llegar con todo ésto? A ninguna parte, pues la entrada de hoy va por otros derroteros.

En mis tiempos iniciales, conseguir dados no era tan sencillo como ahora. Recluidos en un pequeño pueblo y sin internettes a nuestra disposición (ni la de nadie porque no existía), la única forma de conseguir dados era la de robarlos a quien ya los tuviera. En el caso de nuestro primer grupo de rol, la víctima fue el hermano mayor de uno, el cual ya jugaba desde hacía un tiempo. Con esos primeros dados pudimos salir del paso, pero muy pronto se nos quedaron cortos. A medida que teníamos más juegos y éramos más directores, comenzamos a necesitar dados propios y si ahora un viaje a Barcelona (España en el momento de escribir esta entrada) o un salón del cómic, mis compañeros iban consiguiendo los suyos. En mi caso tuve que agarrar la bicicleta y pedalear durante veinte quilometros hasta el pueblo vecino donde contaban los rumores que tenían "dados de esos raros" en una tienda de artículos de regalo. Y así sucedió.
Yo ya tenia un dado de seis caras rojo y pequeñito que robé de un parchís que tenía mi abuelo, así que la compra se limitó al d4 lila, d8 amarillo, d12 negro y un d20 verde. Debo decir que la elección de colores no se debió a ninguna prioridad personal sino a la escasez de variedad y también, que en esos tiempos no habian dados de esos transparentes ni de los de nubecitas ni nada parecido. Resumiendo: Me hice con un set de dados normales y corrientes. Sosos, pero mios.
No eran éstos, pero se daban un aire

A partir de ese momento mi vida mejoró muchísimo. De no tener dados propios a tenerlos había un abismo adimensional, y eso debía de notarse. Además, llamadlo superstición o llamadlo respuesta cósmica a las cosas bien hechas, me daba la sensación de que la suerte me favorecía cuando utilizaba mis dados. Lo que yo no sabía, era que oscuras nubes de tormenta amenazaban mi bucólica vida rolera. Ya veréis, ya.

Cuando cumplí 18 años "decidí" sacarme el carnet de coche y para ello era necesario ir a pasar el test psicotérmico ese. Yo siempre llevaba encima mis dados y cuando digo siempre es SIEMPRE, por lo que ese día no era una excepción. Pero además de los dados, yo tenía como costumbre vestir pantalones tejanos muy ajustados. Y cuando digo muy ajustados digo MUY ajustados. Y es que pensaba que marcar paquete era algo esencial para ligar, cuando por lo visto, causaba el efecto contrario. Y recuerdo que caminando hacia el psicotrónico iba con las manos en los bolsillos y jugueteando con los dados. Era arriesgado, lo reconozco. Pantalones apretados y manos en los bolsillos... Cuando me resbalé al subir una acera, toda mi vida pasó ante mis ojos. Comencé a caer como a cámara lenta y no podía sacar las manos de ninguna manera, ya que las tenía cerradas en torno a los dados. Al final, cuando mi cara estaba a un palmo del suelo, decidí abrirlas, sacarlas y apoyarlas en el suelo, pero eso causó que los dados salieran disparados en todas direcciones. Sobreviví con el cuerpo intacto, pero mi orgullo no lo estaba tanto. Todo el mundo me había visto caer y se reían de mi con toda la boca abierta y señálandome con sus dedos luminosos, por lo que apenas pude recoger los dados y salir pitando de allí. Cuando por fin llegué a fisolérdico, descubrí horrorizado que faltaban dos de ellos. El grupo se había roto y jamás volvería a ser el mismo.

Sustituí rápidamente los dados perdidos por otros que muy parecidos, pero las cosas ya no eran como antes. Salian malas tiradas debido, sin duda, a una falta de armonía entre ellos y a partir de ahí comenzó una convulsa etapa de pérdidas, sustituciones, cambios y selecciones... Tenía coche para desplazarme y comprar dados, pero irónicamente, no podía recuperar los mios jamás.

Han pasado muchos años desde entonces y ya dudo sobre si en mi actual bolsita de dados queda alguno de esos primordiales (creo que el de 8 lo es, y el d4 y d12 podrían), por lo que ya presto escasa atención a esto. Mis tiradas dan mucha pena pero por otro lado, me veo libre de la enfermedad del coleccionismo de dados que tanto afecta a muchos de mis compañeros de hobby. Además, y así a modo de conclusión, últimamente jugar a rol es tan complicado para mi, que en caso de lograrlo me importan bien poco los resultados de las tiradas.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Patchwork: La diversión absoluta de coser colchas





Hace unas semanas quedé con un amigo para jugar a algún juego de mesa y cuando apareció en mi casa, en lugar de una caja repleta de miniaturas de monstruos sanguinarios, deportes sanguinarios o naves espaciales sanguinarias, llevaba bajo el brazo una cajita marrón en la que se leía “Patchwork”. Me explicó que era un juego muy bueno que consistía gestionar recursos (botones) y unir pedazos de tela para crear colchas. Genial.

Mi primer instinto fue meter a mi amigo y su juego en el maletero de un coche y lanzarlos por la ventana de la terraza hasta una auto compactadora con un mecanismo de teletransporte listo para llevarla hasta el núcleo de una estrella a punto de entrar en fase supernova. Pero luego recapacité y me di cuenta de que con lo escaso que voy de amigos quizás debería darle una oportunidad al juego ese del ganchillo y dejar mis ansias de cosas sanguinarias para otro día.

Foto robada del blog "jugando en pareja".
Misteriosamente y tras diez minutos de partida, mi visión sobre cómo deben ser los juegos molones había dado un giro de 440 grados. Patchwork es un juego rápido, divertido, con toques de puzzle y de estrategia, gestión de recursos y un toque de “puteo” que unido a su sencillez, lo hacen apto para jugar en cualquier momento y lugar. Además, es únicamente para dos jugadores, por lo que uno no se tiene que complicar la vida engañando a familiares y conocidos para poder llenar la mesa.
Reconozco que me costó un poco hacerme con él, pero una vez lo he tenido en mis manos se ha convertido en el juego favorito de mi hija y hasta ha empezado a buscar reglas alternativas para multiplicar nuestra diversión por cientos de miles.

Resumiendo mucho: Patchwork es un gran juego y además sirve para desintoxicar la mente de tanta mazmorra, zombi y espada mágica. Le pongo un 12 sobre 14.