Ya he
dicho más de una vez que el mundo de los videojuegos me resulta cada vez más
desconocido; por un lado, carezco del tiempo necesario para sumergirme en un
videojuego rolero extenso (recuerdo cuando reenganché el Gothic tras un tiempo
largo sin jugar y un perro me mató por no acordarme de cómo desenfundar la
espada) y por el otro, cada vez tengo más clara la sensación de no “conectar”
con los nuevos títulos y acabo jugando siempre a lo mismo. Actualmente mis dos
videojuegos de referencia son el Arcanum, del que ya he hablado alguna vez en
el blog y que, en mi humilde opinión, recoge la esencia de los juegos de rol
muchísimo mejor que el Skyrim (por decir uno de los nuevos a los que sí he
jugado) y el Titan Quest, un mata mata al estilo Diablo pero ambientado en el
Mediterráneo antiguo (Grecia, Egipto, etc…) que no hace más que perpetuar la
saga de juegos lineales en los que hay que distribuir los puntos y escoger el
equipo adecuadamente para superar los tres niveles de dificultad. No voy a
extenderme hablando de este juego, ya que las diferencias con otros del estilo
son más bien estéticas, pero el otro día descubrí algo gracioso.
Estaba
jugando en los primeros niveles donde mi personaje de nivel bajo se abría
camino a través de un campamento de hombres bestia que asediaban la ciudad de
Delfos cuando me topé con uno que en lugar de figurar con el nombre de “hombre
bestia arquero”, por ejemplo, se llamaba “Hombre bestia arquero Nº 783”, y al
acabar con él descubrí entre sus pertenencias, además de la armadura y el arco,
que aparecía una carta que había escrito a su madre; En la carta, que ya nunca
podría enviar, el Nº783 se quejaba de la desigualdad sexual entre las filas del
ejército, de sus esfuerzos por cambiar el nombre al pelotón, de la atracción
que sentía por cierta mujer-bestia y finalmente le agradecía a su madre la
comida casera que le había enviado recientemente.
Tal
hallazgo, que más parece la gracia de algún programador (huevo de pascua) que
un objeto que pueda revelarse clave en el futuro, me desconcertó al principio y
me hizo reír después, al lograr “humanizar” a un simple bichejo de los que
salen a decenas durante el juego. Un hombre bestia anónimo al que observé inerte
en el suelo y me hizo pensar que quizás en otras condiciones podríamos habernos
llevado bien y en la eterna duda de quién es realmente el malo en esta
historia.
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