Diez y
media de la noche, sentado en la parte
incómoda del sofá al lado de mi esposa. En la tele hacen un programa
interesantísimo que parece fluctuar a una velocidad temporal mucho más lenta
que la realidad. Me aburro. Apoyo mi mano en su muslo y cuando comienzo a
deslizarla hacia arriba, veo el reflejo del filo de un cuchillo de carnicero
asomando a su lado. Retiro la mano. Suspiro. Miro alrededor, nervioso. Y al
final me armo de valor y aprovechando que van a publicidad se lo digo: “Cariño,
necesito ir al lavabo”. Ella me mira extrañada y me responde: “Como quieras,
pero piensa que durante la publicidad van a revelar el rostro del hombre con
quien perdió la virginidad la cuñada de Belén Esteban”. “Podré vivir sin ver
esa cara” le respondo y me voy al aseo.
Una vez
allí, cierro la puerta y paso el pestillo. Bajo la tapa del váter y abro la
cisterna con mucho cuidado para no hacer ningún ruido que delate mis
intenciones clandestinas. Del agua saco una bolsa de plástico completamente
hermética y tras secarla bien, extraigo de su interior el “Genertela,
encrucijada de las guerras de los héroes” y me siento en una toalla en el
suelo, con la espalda apoyada en la bañera y empiezo a hojearlo.
Y me
pierdo entre los frondosos bosques aldryanis, las escarpadas colinas de los
heortlingas, las tuneladas montañas repletas de mostalis y las vastas
extensiones uz del Dagori Inkarth. Y me siento como un habitante más del Valle
del Zola Fel, un urbanita de Glamur y un rebelde resistiendo en el interior de
Murallas Blancas. Y siento los vientos gélidos de Valind en mi rostro, la
aridez de los Yermos y la brisa marina de Teshnos… Y así pierdo la noción del
tiempo.
Los
golpes a la puerta me devuelven a la realidad. “¿Estás bien? ¿Por qué tardas
tanto?” me pregunta mi mujer desde fuera mientras yo me revuelvo sobre mí mismo
tratando de recuperar la compostura. “Es que… Estoy un poco estreñido. En
seguida salgo” le respondo; pero mi excusa parece no surtir efecto y los golpes
en la puerta se intensifican. Vuelvo a meter el libro en su bolsa, la cierro cuidadosamente
y la sumerjo de nuevo en el agua. Los golpes aumentan y el pestillo comienza a
ceder. No tengo tiempo para improvisar nada, así que recurro al Plan-B.
Meto la
mano en la cisterna otra vez y saco otra bolsa, más fina, de la que extraigo
una revista porno “Hustler”. Cierro la cisterna, me bajo los pantalones y abro
la revista por una página al azar en la que se ve a una joven con el cabello
decolorado degustando con deleite una eyaculación. El pestillo cede y mi esposa
me pilla en esa embarazosa situación. “¿Pero otra vez?” me grita, “Si ya
tuvimos sexo el viernes”. “Ya, pero es que… estamos a miércoles y…” Entonces
tira la revista al cubo del reciclaje de papel y vuelvo al sofá donde una serie
de rostros deformados por las operaciones estéticas gritan sin parar. Pero la
realidad no me afecta, pues mi mente sigue en Glorantha, donde la magia es real
y tangible, los animales hablan y las sacerdotisas de Uleria siempre están
dispuestas a proporcionar orgasmos interminables a los pobres desfavorecidos.
Edito: La visión de mi adorable esposa que s emuestra en esta entrada no tienen ningún parecido con la realidad. Y quiero que conste que esto no lo estoy escribiendo bajo ningún tipo de amenaza o chantaje sexual.
No estás solo, Capdemut! Yo también tengo los pdfs de RQ bien escondidos en carpetas de prono, para despistar...
ResponderEliminarGracias por comentar, amigo. Tu ejemplo hace mi existencia más llevadera.
EliminarYo no escribo nada, que si dentro de cuatro años me da por empezar una carrera política, lo voy a tener mal. Aunque sólo hablase de Glorantha.
ResponderEliminarHaces bien. La corrupción está aceptada pero los comentarios fuera de lugar... Son otro cantar.
EliminarGracias por comentar!
¿Qué viernes?... que afortunado eres. ¡Puedes ver revisas en el baño! yo sólo puedo llevarme el móvil.
ResponderEliminarPues en el movil también pueden verse cosas interesantes... Pasa que yo para estas cosas soy muy clasico y donde esté el papel de toda la vida y esa spáginas interiores desplegables...
EliminarQue descojone chaval... Pero tu sigue soñando despierto: si sigues mirando la tele, comprenderás que toda resistencia es fútil. Prepárate para ser asimilado. Tarde o temprano, un día, mirarás la tele y comentarás algo sobre alguno de los monigotes que aparecen allí hablando sobre otros monigotes. Y tu mujer asentirá animada y comenzarás una conversación sobre los monigotes de la tele. Y luego irás al baño a lavarte los dientes antes de acostarte y te mirarás en el espejo y lo verás. Serás uno de ellos. Desconecta la tele. Rompe el decodificador. Arranca los cables de la antena... antes de que sea tarde. ;)
ResponderEliminarNo seas alarmista, hombre... Cuando vas conociendo a esos personajillos, se hacen simpáticos y todo. Son como fraggels.
EliminarQue imagen tan tétrica de la realidad, me ha puesto los pelos de punta. Es como despertarse de pronto dentro de una caja sucia de metal cerrada a cal y canto (una con baño incorporado, en todo caso).
ResponderEliminarMuy lograda la atmósfera, ni que decir tiene que, pese al gore de Esteban y las alas negras de «Sálvame» planeando, me alegró saber al final que todo era ficción (lo era ¿no?), una especie de «no tengas miedo nene, que no es real, son muñecos» como se diría en los ochenta.
Exacto todo. Ni yo mismo me habría comentado mejor. Eres un crack. Gracias por comentar.
EliminarPD: Típico peloteo que se les hace a los comentadores nuevos.