sábado, 12 de julio de 2014

Una breve reflexión sobre la utilidad de las pantallas del master, incluyendo una anécdota de esas que sé que os gustan, bandidos.



Hoy voy a tratar un asunto que mantiene dividida a la comunidad rolera desde el principio de los tiempos: La pantallas. Algunos dicen que son lo mejor porque permiten al director de juego arbitrar de una forma más cómoda al ocultar los mapas y las tiradas de los jugadores, mientras que otros argumentan que no son más que barreras para la comunicación master-jugador. Sea como sea, no puede negarse que las pantallas son, junto a los dados raros de colorines, el elemento más característico de los juegos de rol.
 
Un momento rolero en Futurama
Y si este fuera un blog normal, de los que sus autores buscan la objetividad y el rigor, ahora me limitaría a enumerar las ventajas y desventajas de usar tales elementos en las partidas para que vosotros, lectores dubitativos, pudieseis decidir qué os conviene más. Pero no. Esto no funciona así. ¿Pantallas si o pantallas no? Pues sí. Claramente pantallas sí, siempre, y bien altas y robustas a poder ser. Y paso a explicar el porqué con una bella anécdota de tiempos pasados.

Hace muuuchos años, cuando jugaba con mi antiguo grupo (los padres de los miembros de mi actual grupo todavía no se conocían entre ellos) tenía un jugador de los llamados “cuellolargo”. Ese individuo gustaba de sentarse cerca del director y, en cuanto tenía ocasión, echar sutiles vistazos por encima de la pantalla en busca de información privilegiada. Os juro que no sé cómo lo hacía, pero a base de miradas fugaces era capaz de leer páginas enteras de los manuales, memorizar mapas y recordar estadísticas de los penejotas. A veces, debo confesar, cuando estaba solo en casa colocaba una mesa como lista para jugar y me ponía en la misma posición que el cuellolargo para ver si es que realmente era tan fácil, pero no; me veía totalmente incapaz de leer al revés o de recordar algo más que un pequeño tramo de mapeado. Así fue como llegué a la conclusión de que ese cuellolargo debía poseer algún tipo de mecanismo mental que le permitía sacar una foto del texto, girarlo 360 grados en su retina y leerlo tranquilamente mientras transcurría la partida. Pero como un buen director de juego nunca se rinde, decidí pasar a la ofensiva y me compré una pantalla más alta. Una muy alta. Y no fue fácil ya que solo les veía las frentes a mis jugadores y todo el rato me hacían trampa con los dados. “¡Otro crítico!” Gritaban “¿Otro? Ya van tres en diez minutos… ¿No me estaréis engañando?” Les respondía yo, a lo que ellos contestaban poniendo una cara que no podía ver. Era claustrofóbico jugar así, pero por lo menos el cuellolargo no podía espiarme. Al menos no de momento.

A medida que pasaban los meses y avanzaba la campaña noté como cada vez la cara del cuellolargo era más visible para mí, al contrario de las de los demás, de los cuales ya comenzaba a olvidar sus nombres del tiempo que hacía que no los veía. Me costó entenderlo y un poco más admitirlo pero al final no tuve dudas: El cuellolargo estaba esforzándose tanto por mirar, que con el paso del tiempo había ido mutando y su cuello se estaba alargando en plan mujer jirafa. Me sentí tentado a obligarle a sentarse en el lado opuesto de la mesa, pero me recorrió un estremecimiento al imaginar en qué tipo de cosa podría acabar convirtiéndose y decidí aceptar al fisgón en mi grupo para seguir con mi vida. Fin del flashback.
 
Incluso Didí, una directora claramente improvisatoria, usa pantalla, aunque a su manera.
Actualmente en mi grupo no hay ningún cuellolargo pero sigo utilizando las pantallas. Los resúmenes de tablas y reglas que contienen son útiles cuando eres capaz de recordar dónde están y esa barrera física con el resto de la mesa me da una sensación de intimidad que me resulta reconfortante. De hecho, algunas veces me desnudo de cintura para abajo para estar más fresquito y ni se enteran.

Conclusión: Hay que usar las pantallas, hombreporfavor, aunque solo sea por estética y además, si son de esas de cartón duro, se le puede clavar el canto en el ojo a cualquier jugador que se asome demasiado y experimentar la dulce sensación de haberle hecho daño a alguien que se lo merecía de verdad.
La pantalla del Cthulhutech, mi última adquisición. Grande y dura, como a mi me gustan. Ejem...

2 comentarios:

  1. Cuánta razón, cuánta razón. Se me olvidó la pantalla y me horroricé pensando que todos los jugadores podían verme la cara. Además, no podía ocultarme del sol. Si no tengo todas mis tablas delante de los ojos, no puedo ser un master completo :)

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    1. No te preocupes, que tu eres la excepción que confirma la regla.
      Siendo guapo y listo no necesitas ni la ocultación ni los atajos de reglas que proporcionan las pantallas.
      Gracias por pasarte por aquí!

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