Si hace
unos meses (o años) alguien hubiese venido a decirme que a estas alturas de mi
vida adulta me iba a leer toda una saga de libros de aventuras de un enano
berserk y un humano poeta en el universo de Warhammer, me habría reído en su
cara y, al contagiársele la risa habría aprovechado para escupirle en la boca.
Y es que hace mucho que decidí dejar a un lado este tipo de literatura para
centrarme en cosas más “serias” y ya veis; llevo ya siete libros de esta saga
leídos pero ahora sí que digo basta.
Y no es
que sean malos, al contrario. Matavampiros relata la salida de Praag de nuestros
héroes en busca de un terrible vampiro que no solo pretende dominar el mundo
sino que también ha secuestrado a la ex de Félix y posible de Max (el hechicero
del grupo) para convertirla en su compañera no muerta. El viaje transcurre a
través de las tierras de Sylvania, oprimidas y empobrecidas por la influencia
de las fuerzas del mal que se ocultan tras sus decadentes nobles.
Matagigantes,
en cambio, lleva a nuestros héroes hasta la otra punta del mundo después de
viajar por las Rutas de los Ancestrales en un intento de impedir que el caos se
desate y consuma el mundo entero acompañados por un elfo estúpido a quien
Gotrek quiere matar todo el rato. Y a pesar de la simpleza de sus argumentos,
ambos libros están bien escritos y se leen de un tirón.
Pero
aquí me planto. No es que no me gusten o que esté cansado de los personajes,
pero es que a partir de éste, cambian el escritor y después ponen otro y otro…
Y me queda la sensación de que estoy leyendo algo que, a pesar que disfruto con
la lectura, sé que no va a terminar jamás. Y a mí me gusta que las cosas empiecen
y acaben algún día. Es por ello que me despido de Gotrek y Félix, (quizás no
para siempre, quién sabe) y voy a leer otras cosas, como la aclamada “Ready
Player One” que me han recomendado hasta el aborrecimiento y que como no me
guste… van a rodar cabezas al más puro estilo Gotrek Gurnisson.
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