Hoy no ha sido un mal día después de
todo. Mis escrofulosos debían enfrentarse a un equipo de altos elfos
del que dependía mi vida. Preparé a los no muertos para el partido
basándome en la experiencia contra los otros elfos, pero nada podía
lograr que ganaran, como después comprobé.
El partido comenzó y los altos elfos,
ataviados con las más bellas piezas de joyería y tejidos,
comenzaron un juego basado en las esquivas y los pases que dejó a
mis esbirros paralizados; y ahí debo reconocer que de algún modo me
hechizaron. Su juego grácil, la precisión de sus movimientos y la
coordinación de todos los miembros del equipo hicieron que me
quedara embelesado contemplandoles y a duras penas me diese cuenta
del estado del marcador. Eso, por primera vez me parecía un deporte.
Cuando llegó el descanso ya perdíamos
3-0 y un vistazo fugaz a los asientos de mus hinchas me devolvió a
la realidad. Me miraban llenos de odio y uno de ellos, un hombretón
enorme, sin apenas dientes y los brazos tan gruesos como mi pecho,
dibujó un número 1 con su índice y después se pasó el pulgar por
la garganta a la vez que sacaba la lengua. Asentí con la cabeza,
nervioso al saber qué me estaba diciendo. O lograba que los mios
marcaran al menos un touchdown o podía ir despidiéndome de todo.
Y justo en ese momento uno de mis
necrófagos se hizo con el balón y corrió hacia la zona contraria
aprovechando un hueco en la defensa contraria pero con varios elfos
detrás de él. Los necrófagos son rápidos, no cabe duda, pero esos
malditos elfos lo eran más. Le iban a atrapar, seguro. Lleno de
desesperación me concentré y absorbí algo de la magia que flotaba
en el aire, dirigiéndola casi involuntariamente hacia el necrófago
que, repentinamente pareció invadido por una fuerza y vitalidad
inesperada y dejó atrás a sus rivales en una imposible carrera que
le llevó a anotar el tanto. El público rugía y yo noté como todos
mis músculos se relajaban.
Al finalizar el partido pensé que
sería una buena idea celebrarlo con mis hinchas. Al fin y al cabo
ellos eran los únicos que permanecían a mi lado y, aunque escaso de
monedas, solo eran cuatro a los que debía invitar a bebida en la más
oscura taberna del puerto. Al salir, pensé que mis necrófagos
también debían ser recompensados, así que emboscaron a mis hinchas
a la salida y disfrutaron devorando su carne en la oscuridad. Les
despedazaron con deleite a todos, excepto al grandullón. Me vendrá
bien un nuevo jugador para el proximo encuentro.
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