viernes, 17 de diciembre de 2010

Al principio todo era oscuridad, hasta que Gary Gigax dijo “Hagase el rol” y el rol se hizo y todos los seres de la tierra pudieron ignorarlo y llamar asesinos, inadaptados o más recientemente frikis a sus adeptos. Pero el camino hasta el día de hoy no fue fácil ni sencillo y pensando en esa sencillez me acuerdo, no se porqué de los sistemas demasiado complejos.
Cuando el Dungeons & Dragons hoy día llamado básico (o caja roja de Nestlé) llegó al mundo, su reglamento servía únicamente para llevar a buen termino el juego, dejando cualquier detalle o complejidad en manos del director y los jugadores. Pocos años mas tarde apareció el señor Greg Stafford, padre de Glorantha y decidió que el juego de rol podía llegar a ser una simulación de vida en un mundo de fantasía, pero para ello debía crear un sistema de reglas coherente y realista. Para ello contó con un equipo de gente preparada entre los que se contaban incluso espadachines profesionales que se encargaron de llevar a buen puerto tal hazaña. El resultado fue un sistema de juego donde no solo golpeabas a alguien y le hacías daño sino que había que determinar la localización impactada y el efecto del daño sobre ésta en concreto y sobre el resto de cuerpo. Y no solo eso; teníamos un sistema porcentual para mayor exactitud, los personajes se fatigaban física y mentalmente. El reglamento era correcto, pero abrió las puertas a otros que se encargaron de rizar el rizo.
A partir de ahí la cosa se puso seria. Ya no bastaba con saber que habías acabado de un hachazo con el orco de turno; ni siquiera el saber que el golpe había impactado en la cabeza del mismo; ahora necesitábamos tener una clara descripción de cómo se le salían los sesos por las orejas al desafortunado bicho. Para ello teníamos el Señor de los Anillos o el temido (entonces adorado) Rolemaster. ¿Qué le golpeas en un pié con una espada de hierro? Tabla ¿Qué la espada era de acero? Otra tabla. ¿Qué ahora resulta que llevaba una alpargata? Pues también había tabla para eso.
El ansia por descubrir un juego de rol más detallado que el anterior y la creencia de que eso lo hacía mejor nos invadía hasta el punto de vernos fascinados por juegos a los que nunca llegamos a aprender a jugar. Recuerdo pasar días enteros creando el personaje y su séquito en el Ars Magica, o como me veía perdido cuando me montaba en uno de esos robots gigantes del Mechwarrior (miraba fijamente la hoja de personaje y pensaba “¿Cómo demonios se pilota este trasto?”)., y realmente estaba convencido de jugar a un gran juego sin darme cuenta de que mi nivel de diversión estaba descendiendo mientras trataba de comprender las reglas.
Ahora las cosas han cambiado mucho. Ya no dispongo de mi tiempo como antes y a la hora de jugar a rol prefiero la variedad y con ello, poder disfrutar de un juego sin tener que pasar la primera sesión estudiando sus reglas. Del mismo modo, he aprendido que una buena partida se basa en una buena historia, simplemente, y que el perderse entre tablas, dados y formulas matemáticas solo consigue que ésta se pierda.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Cuando yo era berberecho

Hay personas que, frustradas por no poder huir de la dulce y cómoda (por lo menos para mi) mediocridad, se esfuerzan al máximo por dejarla atrás o incluso delante y sentirse así especiales. Por supuesto no todos lo consiguen y algunos de ellos deciden que si en esta vida no pueden ser alguien especial, será mejor creer que lo han sido en otra existencia anterior. Apasionante.
La primera vez que me topé con uno de esos individuos, a los que a partir de ahora llamaré reencarnados, fue en uno de mis trabajos. Él (el reencarnado) era un hombre de entre cuarenta y cincuenta años, muy simpático y que aprovechó la primera ocasión que tuvo para explicarme con todo detalle como fue abatido y enterrado todavía con vida durante una guerra mundial que ahora no recuerdo. Yo por supuesto me quedé algo pasmado y sin saber que decir, pero al tío (recordemos que era un hombre con cierta edad y en su primer día de trabajo), le parecía lo mas normal del mundo.
A partir de ese momento comencé a fijarme en ese tema y descubrí que el mundo está plagado de reencarnados que caminan entre nosotros sabiendo que cuando mueran serán otra persona o animal. Y prestando atención descubrí que todos ellos, si fueron seres humanos solían formar parte de algún colectivo o época muy conocido o característico. Por ejemplo abundan los soldados romanos, los esclavos egipcios y los nobles renacentistas. Todo muy cinematográfico, si. Y muy casual también. Y en cuanto a los animales… ahí si que hay glamour; Osos, águilas imperiales, tigres, cisnes, panteras… nada de ovejas, ratas o pulpos. Que cosas. Nadie aparece con la cabeza gacha y dice con timidez “Yo en la otra vida fui… un mono de esos del culo rojo.” Por dios, que ordinariez.
Pero tanto pensar en reencarnados me ha hecho dudar de si no seré yo también uno de ellos. Y de tanto pensar y pensar he acabado convenciéndome a mi mismo de que si, lo soy. Y dándole vueltas y vueltas al asunto, tratando de recordar mis últimas horas en el mundo he llegado a la conclusión de que en mi vida anterior fui un berberecho. Pero cuidado, no un berberecho normal. Yo fui ese berberecho que queda el último en la bandejita que sirven en el bar; ese berberecho que nadie se come y al final… lo tiran a la basura.