domingo, 2 de febrero de 2025

Adaptarse o morir.

 


Los años pasan y los hobbies cambian. Y no solo lo hacen siguiendo una pauta lógica de evolución personal, renovación de gustos o madurez lúdica (si es que eso existe) sino que muchas veces, y como viene siendo mi caso, el cambio se produce por necesidades sociales, económicas y de tiempo libre. Y si hace ya muchos años que los juegos de rol ya forman parte solamente de mi nostalgia debido a la pérdida irreparable de mi grupo original y mi incapacidad social para formar otro, poco a poco los juegos de mesa y wargames han ido ocupando su lugar y rellenando este tiempo lúdico que atesoro. Y es precisamente sobre esto que me gustaría reflexionar un poco hoy y por lo que vuelvo a abrir temporalmente la ventana la mundo que es para mi este blog cuasi olvidado.

Los juegos de estrategia, léase Warhammer con todas sus posibles variantes son, desde hace ya más de cinco años mi única aproximación al mundo de la fantasía y los dados. Aunque lo he intentado brevemente con el rol y con algo más de éxito con los juegos de mesa más tradicionales, al final solo he encontrado cierto equilibrio entre lo rolero y lo técnico en las partes más narrativas de algunos juegos de escaramuzas, tales como el Infinity, el Necromunda o el que me está ocupando casi el 100% de mi tiempo: Kill Team.

Me metí en la primera edición del juego por casualidad, seguí con la segunda gracias a la abnegación de mi eterno compañero de batallas Juan el Sexto y aunque siempre me mantuve ajeno al sector competitivo y más oficializado del juego, un suceso inesperado que sacudió mi vida, hasta ese momento bien ordenada y planificada, me hizo enfrentar a mucho más tiempo libre y sucumbí a los cantos de sirena, metiéndome en un circuito mucho más oficial y participando en ligas y torneos varios. Y hasta aquí el resumen y ahora la reflexión.

Hay ocasiones en las que la vida es como el disparo de un bláster de fusión a menos de la mitad de su alcance. Sabes que no vale para nada correr, que no existe barricada lo suficientemente pesada para protegerte y que no tienes bastantes puntos de vida para sobrevivir, pero a pesar de eso coges los dados, los agitas en tu mano y los tiras con una sonrisa en la cara. Y mures, y pierdes la partida, y recoges tus muñecos y te marchas a casa y los metes en un armario hasta que toca jugar otra vez y haces como que nada ha pasado, extiendes el tapete de nuevo y te preparas para recibir otra andanada de ostias. Y así es como poco a poco se va marcando la palabra fracaso en tu mente, como la espalda se dobla, las rodillas duelen y la vista se nubla pero ahí sigues, como el campeón de los derrotados, el adalid de los desesperados.

Y al final la moraleja sería la de siempre: Adaptarse o morir. De aburrimiento en este caso.