lunes, 25 de agosto de 2014

Vendetta: Hostias on the street



 
¡Toma portada cutre!
Surgido del éxito de las luchas callejeras del Double Dragon, pero con una calidad superior en cuanto a gráficos y movimientos, apareció a principios de los 90 el fascinante videojuego de “Vendetta”. En él podíamos encarnar hasta a cuatro miembros de una dispar banda (un boxeador, un militar, un “wrestler” y uno de artes marciales), que debían enfrentarse a una numerosísima banda rival que había secuestrado a una chica. Realmente, no sé por qué se llamaría “Vendetta” si la chica no había muerto; debería ser “The Rescue” o algo así, pero tampoco quiero ponerme serio con este asunto. Y es que lo realmente fascinante (como ya he dicho arriba) del juego, era la libertad para repartir leches que ofrecía. Nada de puñetazo-agarrón-patada voladora-bate de béisbol, no; en el Vendetta todo valía, desde las hostias de toda la vida a pisotear a los enemigos en el suelo, arrojarles todo lo que encontrábamos en el suelo, que no era poco (desde ladrillos a sacos de harina), golpearles desde el suelo, lanzarles al vacío y utilizar cualquier cosa como arma. Todos esos padres modernos que dicen que los GTA van a crear una generación de adultos violentos deberían habernos visto disfrutando del placer absoluto de darle un rodillazo en los huevos a un matón para acto seguido sacudirle en el suelo con una cadena mientras vomitaba.
 Pero a pesar de lo mucho que molaba, este juego no llegó nunca a ser el favorito de los salones de recreativos, o al menos de los que nosotros frecuentábamos, a excepción de un glorioso día que paso a relatar ahora mismo.


Los cuatro "héroes" preparados para dar (y recibir) tortas

Tendríamos alrededor de trece años cuando mi amigo Rabbit y yo caminábamos a paso ligero hacia la sala de recreativos “Electrònics”; en esos tiempos había poco que hacer (internet no existía, no conocíamos los juegos de rol y aún nos faltaban un par de años para que el tipo del videoclub nos dejara alquilar pelis porno), así que la paga semanal iba destinada íntegramente a los videojuegos. Yo caminaba acompañado por el tintineo de las monedas en mi bolsillo pero Rabbit avanzaba sin un ruido y con una sonrisa confiada en su rostro; cuando le pregunté, me enseñó orgulloso una moneda de 500 pelas que brilló con la intensidad de diez mil soles cuando la sacó de su bolsillo. Y es que lo normal era llevar cien o doscientas pelas para pasar la tarde entretenido, pero disponer de una de las grandes se traducía en una tarde larga, probando juegos nuevos y comiendo chucherías sin parar. Rabbit se sentía un hombre afortunado. Y lo era. Hasta que ESO sucedió.
Aquí vemos a la susodicha
Llegamos a los recreativos y tras un rápido vistazo a la fauna del lugar, vimos que la máquina del Vendetta estaba libre. Era una de esas con cuatro mandos que permiten partidas realmente espectaculares, pero nosotros no necesitábamos tanto, al menos para empezar, y pusimos cinco duros cada uno. La partida se desarrollaba de modo normal hasta que el cabrón de Buzzaw Bravado me mató con su disco de corte, y entonces descubrí que seguíamos teniendo créditos, pero no uno ni dos, sino diez. Le di a continue y descubrimos que seguían habiendo diez créditos, lo que disparó una de nuestras más lujuriosas fantasías: Que un error informático había estropeado el juego de tal forma que no hacía falta echar dinero para jugar. ¿Improbable? Casi tanto como que algún día conoceríamos allí mismo a dos chicas que se dejarían manosear, pero como de ilusión también se vive, nos emocionamos en exceso.
Lo tienes mal, chaval.
Seguimos jugando al juego que nunca terminaba y en medio de la exaltación, invitamos a cuantos desconocidos se acercaban por allí a unirse a la partida. Por unos minutos fuimos los reyes de los recreativos; los descubridores de una máquina de ensueño que permite jugar hasta a los más desfavorecidos económicamente… hasta que los créditos comenzaron a descender. 9, 8, 7… Sacamos cálculos y comprobamos que habríamos empezado a jugar con 21, solo que el marcador solo llegaría a 10, lo que a su vez llevó a Rabbit a una terrible conclusión: 21 créditos son equivalentes a 525 pesetas, lo cual significaba que si yo había puesto 25, él…
Uy. Eso duele, rabbit
Rabbit palideció al pensar en lo que había pasado; metió una mano en el bolsillo y descubrió que la moneda de 500 no estaba allí, solo la calderilla suelta. Comenzó a sudar. Con la emoción del momento había confundido la de 500 con una de 25 (recordemos que antes, muy antes, las de 25 eran grandes, sin agujerito) y que ahora todo el mundo estaba jugando con su dinero. Y como suele pasar ante situaciones así, el bueno de Rabbit decidió actuar de la forma más caballerosa posible.
Así se sintió él
Codazos, patadas, escupitajos y empujones se sucedían sin parar mientras gritaba una frase que, según dicen algunos todavía resuena en las paredes del lugar, ahora abandonado, las noches de luna llena “¡Que había puesto quinientas peeeeelaaaaas!”. Pero los gorrones (entre los que me incluyo), estaban demasiado extasiados por la oportunidad de jugar gratis como para desengancharse de los mandos. Y lo que prometía ser una larga tarde de juego y diversión terminó en seguida, con un Rabbit cabizbajo, caminando por la calle sin emoción ni ilusión por la vida.




Hace como 15 años que no le veo, pero dicen que todavía no lo ha superado y que algunas veces llora por las noches pensando en el día en el que la vida le golpeó tan duramente.

4 comentarios:

  1. Madre mía quinientas pesetas! No conocía el Vendetta pero se parece mucho al Renegade que jugaba en mi Spectrum, también en este juego se podían dar rodillazos en los güevos, lo mejor era el sonido al efectuar dicho golpe, los chips de sonido de 8 bits son mucho más expresivos de lo que la gente piensa

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    1. Mítica trilogía la del Renegade, Target: Renegade y Renegade III. Recuerdo jugar a alguno de ellos en el Spectum de un primo mayor.
      Ah, los juegos a seis colores...

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  2. Buenas. Magistral. Esta entrada es de las mejores que he leído (y eso que ya sabes que me gustan casi todas).

    Viendo esos pantallazos me vienen recuerdos de recreativas y Micromanias. También me viene a la cabeza que debieron ser unos años chulisimos para los que se dedicasen a diseñar la electrónica de esas máquinas y programar esos juegos. Aunque a lo mejor para ellos era un curro horrible y lo que quisieran era trabajar en centros de investigación con tarjetas perforadas. Nadie está contento con su trabajo nunca.

    Un saludo

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  3. Joder, las tardes en el salón de máquinas recreativas... qué tiempos...

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